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Lo dijo y me entró fiebre. Temía tanto que esas palabras salieran de su boca que cuando lo hicieron sentí que se metieron en la mía, bajaron por mi garganta y una vez dentro de mi organismo empezaron a infectarlo. Fueron un banco de pirañas mordiendo mi corazón, masticándolo para escupirlo a continuación y dejar esos trozos repartidos por el resto de mi cuerpo. Se pudrieron mis entrañas, gozaba menos mi polla, forzada era mi sonrisa.

Lo bonito tampoco fue verdad. O sí, quizás lo había sido… pero en el pasado. Y eso ya no me servía. No me servía haber sido número uno del top30 en el 89 si mi disco de 1990 ni siquiera entraba en la lista de los más vendidos. No me servía haber tenido todo lo que había deseado si ya no lo palpaba, si ya no lo tocaba, si ya no lo pellizcaba, si ya no lo follaba. No me servía nada.

Sufrí más de lo que realmente he sido consciente. Más de lo que recuerdo. Más de lo que esperaba. Más de lo que pensaba que se podía sufrir por estas cosas. Y sé que nadie lo entiende. Yo sólo lo he entendido hace unas semanas.

“Si je lui mets un poignard dans le coeur, c’est pas parce que je vais le retirer qu’il n’aura pas la blessure”.

Probablement pas.

Pero dale besitos.