Fight For This Blog If it's worth reading, it's worth fighting for.

Siempre había pensado que acabaría casándome con un tío multimillonario y que pasaría el resto de mis días llegando a casa después de un día chungo en el curro para abrazar a mis pequeñas Paulina y Cherylanntweedy con todo el cariño del mundo, que la chica (“Perdona, ¿cuál era tu nombre?”) mostraría su gratitud infinita hacia mí y mi esposo por dejarla trabajar (como una esclava, eso sí) en una casa decorada con muebles de importación, cuadros de los pintores más en boga del momento y una biblioteca casi, casi tan grande como la discoteca y que pasaríamos el verano en nuestra casa de la playa o haciendo algún viaje es-tu-pen-do y fan-tás-ti-co en el culo del mundo.

Gracias a Dios, no será así.

Hace un año conocí a un chico que sin ser multimillonario, sí que estaba forrado. En nuestra primera conversación me dijo que trabajaba en el aeropuerto - well, that don’t impress me much -, “En unas obras que están haciendo allí. Es que soy ingeniero” -. “Ah”. En ese momento vi el símbolo del dólar en todo lo que tocaba y pensé que ese chico tan guapo, simpático y jatetú, ingeniero, podría ser el padre de mis plantas. Familia de ingenieros (“Bueno, menos mi padrino que lo dejó todo y montó una galería de arte; ese cuadro que ves ahí me lo regaló él por mi santo”), médicos, hombres de negocios, infancia en un colegio privado de Londres, universidad privada en Madrid, piso de lujo en Málaga, veranos en la casa de Sotogrande, viajes relámpago a Ibiza “para pasar el finde con los colegas allí”,… Suerte que yo era mucho más guapo que él porque de no ser así me habría entrado el complejo de inferioridad del siglo con tanta pasta y lujo por todos lados.

Al principio me lo pasaba de puta madre: todo eso era nuevo y de lo más excitante para mí, que me había pasado la vida buscando las ofertas más interesantes del Día. Incluso llegué a pensar que Paulina y Cherylanntweedy podrían acabar llamándose Juanita y Celia. Pero la verdad es que no tardé en aburrirme de él y de su vida en general en la que todo le había sido regalado y por lo tanto, nada tenía un auténtico valor. Todo giraba en torno al dinero y cuando a las pocas semanas de conocernos me comentó algo sobre la herencia en millones de euros que los padres le iban a dejar a él y sus hermanos pensé que teníamos un problema. Por no hablar de sus amigos maricas, pijísimos y tan insoportables que no podía ni siquiera hacer como que me cayesen bien. Sí, siempre había fantaseado con pegar un buen braguetazo pero lo que yo quería era un tío con un par de huevos que hubiese luchado por conseguir lo que tenía y no un niño de papá como él así que un día salí de su piso (repito, de lujo) pensando: “Puedo estar con un gay. O con un pijo. Pero con un gay pijo, nunca más”.

Y ésa es la regla que más he respetado en los últimos meses. Hace pocas semanas, estando en Málaga, Scary me enseña una foto de un conocido suyo al que le molo. El tío está buenísimo y le digo a Scary que sí, que he nacido para conocerle. Me dice: “Ay, Manu, es que encima, le sobra el dinero. Ha hecho un máster en Nueva York y su madre trabaja en…”. No la dejé acabar la frase y le dije que no quería más pijos en mi vida. “De verdad, nena, no van conmigo”.

Esa misma noche salí con Posh y me entró un chico que conocía de vista desde hace años pero con el que nunca había hablado hasta entonces. Cuando le pregunté si no tenía calor con la sudadera que llevaba en medio de una discoteca llena de gente me soltó: “Es que no me la puedo quitar porque me huele el sobaco a amapolas”. Fascinación pura. Acto seguido, me empezó a contar su vida, mencionando que de pequeño solía ir a la cárcel a visitar a su madre, ex-yonki. Más fascinación.

Esos sí que son los tíos que me molan; diferentes, descarados, chungos, faltos de cariño. Y pobres.
Pero tíos de verdad.