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“Combien de jours avant l’amour?” pregunta mi idolatrada Zazie en su nuevo single.
Yo me pregunto cuántos días hay después de él. Y sobre todo, me pregunto qué queda cuando falta.

Puede haber de todo.

Hay olores que se quedan. Del perfume que llevaba él, del que llevaba yo. El olor de mi cocina cuando solíamos preparar la comida juntos y yo lo hacía todo hasta que él me pasaba la sal que al final nunca añadía. Del aceite del fish and chips al que íbamos cuando no apetecía cocinar. De las calles por las que hemos caminado. De su coche. De su cuello, de sus huevos, de su ano. Del sofá. De la cama. De su boca antes de dormir o al despertar.

Hay sabores que se quedan. De nuestras salivas mezcladas. De tarros de Nutella que me zampaba a cucharadas sin ningún tipo de vergüenza mientras veíamos la tele. De lo que comimos en ese cutre restaurante cuando cenamos fuera de casa por primera vez. De platos que nunca habría cocinado de no ser por él porque soy de los que piensan que “sólo de pan vive el hombre”. Platos que siempre resultaban estar sosísimos ya que, como he dicho más arriba, siempre se me olvidaba echarles sal. De su cuello, de sus huevos, de su ano.

Hay sensaciones que se quedan. Está el tacto de nuestras manos juntas la noche entera. De la mía sobre su rodilla o acariciándole el pelo. De su cabeza sobre mi pecho al dormir. De sus abdominales por los que todas mis amigas babeaban. De su enorme polla de la que Rasca sigue pidiéndome una foto. De su cuello, de sus huevos, de su ano. De la goma del condón. De los secretos, si es que estos se pueden palpar. De hacer las cosas a escondidas (hola, soy una canción de OBK) y de no estar orgulloso de ello.

Hay sonidos que se quedan. De un chunda-chunda que te impide oírlo a él cuando se presenta y le contestas en español dando por hecho que lo es. De su voz cuando se quebraba y empezaba a llorar. De la mía cuando me emocionaba. Del timbre de casa. Del móvil anunciándome un sms o una llamada. De tropecientas canciones. De Bittersweet de Sophie Ellis-Bextor, sobre todo. De su cuello, de sus huevos, de su ano. Well, errr... :P

Hay imágenes que se quedan. La primera. La última. La que guarda el corazón, que probablemente no corresponda de manera fiel a la realidad pero que está ahí. La mía en el espejo, sintiéndome vulnerable y estúpido como pocas veces antes había estado. La de su cuello, la de su polla, la de su ano. La de sus ojos, patidifusos cuando le dije “Rasca sabe lo de tu monster cock y quiere una foto”. La de él que ha resultado ser la de mi vida durante los últimos meses.

"C'est quand, l'amour?"

C'est beau, l'amour!